Cuando viajamos a Roma, es tanto lo que hay que ver, que realmente no sabría poder indicaros por donde podríais empezar.
Roma, como casi todas las grandes capitales, cambia de aspecto e influye en nuestras
sensaciones, según la parte del día en que se visite o la luz que invade el espacio según el periodo del año en el que estemos allí.
Para centrarnos y empezar por algo yo os recomendaría una visión de la Roma Barroca del Siglo XVII. Es Roma que bajo el reinado del Papa Sixto V, se lleno de fuentes, calles amplias, obeliscos, plazas e iglesias y cuyo principal artífice fue Bernini
Para ver esta Roma triunfante por los papas, sólo es necesario subir al caer la tarde hasta el Mirador de Trinità ai Monti y dejar que la luz del atardecer nos muestre en el horizonte la infinidad de cúpulas y torres que despuntan sobre los tejados de la ciudad (La Cúpula de San Carlo al Corso, la de San Pedro, Sant´Andrea della Valle, Santa Agnese in Agone, San Carlo ai Catinari…).
Esta es la ciudad que por segunda vez renació de sus cenizas cuando las tropas protestantes del emperador arrasaron en 1527, la ciudad y sus iglesias y conventos. Aunque anteriormente Julio II había llenado Roma de belleza en manos de Rafael y Miguel Ángel para 1528, la ciudad ahora estaba arruinada.
Fue Sixto V, quien 50 años más tarde le devolvió a Roma el esplendor que había alcanzado en su época imperial. Quería cambiar el aspecto de la ciudad con lo que construyó fuentes, restauró acueductos, abrió nuevas, rectas y amplias calles y levantó obeliscos egipcios trasladados de sus antiguos emplazamientos.
Todo esto estaba pensado para facilitar el tráfico de los peregrinos, que cada vez acudían en más número a la ciudad para visitar las siete grandes basílicas de la cristiandad.
Esta Roma, la concebía Sixto como una Roma simbólica y sagrada, pero también funcional y práctica. Del mismo modo en la multitud de iglesias y conventos edificados al calor del nuevo fervor propiciado por la contrarreforma, la actitud que más primaba era la de solventar las cuestiones prácticas derivadas de la gran afluencia de peregrinos.
A finales del Siglo XVI el arte en Roma había comenzado a cambiar. Para entonces Bernini, era un joven escultor con una vitalidad recién despertada que pondría al servicio del arte religioso y de Urbano VIII.
Fue a partir del reinado de este papa, que le encargó todos sus proyectos más importantes, y del reinado de los sucesivos papas, cuando Bernini alcanzó una posición hegemónica primero como escultor y luego como arquitecto, y fue el artífice de la “Roma Triunfante” que hoy conocemos. Solo Inocencio X tuvo predilección por Borromini (verdadero rival de Bernini).
Quizás no hay mejor ejemplo del impacto que pretendía provocar esa nueva Roma, que el Baldaquino de la Catedral de San Pedro que se aparta por completo de los cánones de la arquitectura tradicional para mostrar un modelo mucho más teatral. Su forma de palio procesional con unas medidas descomunales, deformado como por el viento, por otro lado imposible de producirse en un espacio cerrado como la basílica, pero que a la vez hace el efecto de que agita los adornos de tela que lo rematan. Como si este viento fuese capaz de mover el sólido bronce.
Bernini fue uno de los mejores escenógrafos de su tiempo y así lo muestra aplicando al arte elementos teatrales como se puede ver en el interior de la Basílica de San Pedro, la Plaza de San Pedro, las fuentes que adornaron la ciudad y la procesión celestial que porta símbolos y se puede observar en los pretiles del puente de Sant’ Angelo.
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